La presencia de los europeos en los territorios colonizados supuso el control político, social y cultural, y el sometimiento de los pueblos colonizados a los intereses económicos de las metrópolis. La administración local de los territorios coloniales comenzó siendo realizada por las compañías privilegiadas de comercio, que recibieron amplios poderes. Sin embargo, pronto el Estado asumió estas funciones. Hubo sistemas de control colonial muy variados. Los más frecuentes fueron las colonias, los dominios, los protectorados y las concesiones.
Colonias de explotación. Aquellas que servían a la metrópoli como mercado reservado. La población autóctona se subordinaba a las coordenadas políticas y administrativas de la metrópoli; era utilizada como mano de obra barata en la extracción de materias primas y fuentes de energía. Los asentamientos de población de la metrópoli eran reducidos. En un principio fueron las empresas o compañías las que se encargaron de la labor de colonizar: la compañía de las Indias Orientales o la Sociedad de África Oriental Alemana. Estas, por delegación del gobierno, administraban y organizaban la vida económica y política de la colonia a través de sus propios funcionarios. Con el tiempo, el Estado hizo esta labor al hacerse cargo de las colonias directamente. Ejemplo: El Congo.
Colonias de poblamiento. Aquellas situadas en amplios espacios inhabitados y ricos en materias primas; la colonización europea marginaba a las exiguas poblaciones autóctonas, que al ser poco numerosas no podían ser utilizadas como mano de obra ni mercado de consumo. La población europea imponía su lengua, formas de vida e instituciones a semejanza de su país de origen, por ejemplo Canadá o Argelia.
Las concesiones eran ventajas comerciales obtenidas de países independientes, como la cesión de puertos para el comercio. Fue el caso de China, que sin llegar a perder su autogobierno tuvo que someterse a la explotación de las potencias extranjeras encabezadas por Gran Bretaña desde el Tratado de Nankín (1842) hasta la rebelión de los Boxers (1900), abriéndose al mercado internacional.
Colonias estratégicas. Eran puntos clave que interrelacionaban las colonias con la metrópoli, como era el caso de Gibraltar, Singapur o Malta para el Imperio Británico.
Colonias de prestigio. Solo servían para el reconocimiento internacional de la metrópoli como potencia colonizadora, como sucedía con las colonias de Francia e Italia en el Norte de África.
Los dominios eran específicos del Imperio británico. Se trataba de colonias de poblamiento a las que se les aplicó un sistema de autogobierno. Los poderes del gobernador estuvieron limitados por un gobierno designado por una asamblea elegida por los colonos. Gozaron de completa autonomía en la política interna, pero la política exterior se decidía en la metrópoli. Fue el caso de Canadá, Nueva Zelanda, Australia y la Unión Sudafricana.
Los protectorados eran territorios coloniales donde ya existía un Estado soberano con su propia estructura política y cultural. La potencia colonial respetaba, teóricamente, el gobierno y la administración indígena, pero ejercía el control militar, la dirección de la política exterior y la explotación económicas.
Áreas de influencia política. Eran países independientes políticamente que a través de distintos tratados quedaban bajo la influencia política de una potencia colonizadora, como sucedió a Portugal con respecto a Inglaterra tras el Tratado de Methuen (1703), también conocido como el Tratado de los Paños y los Vinos ya que en él se establecía que los portugueses comprarían paños y productos textiles a Gran Bretaña y, como contrapartida, los británicos concederían trato de favor a los vinos procedentes de Portugal.
Mandatos. No eran realmente una colonia, pero tenían la misma función para la metrópoli. Se trataba de territorios que eran tutelados por encargo de la Sociedad de Naciones con el fin de que se organizaran y adquirieran la independencia en un futuro próximo.
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